6a.m.
Sonó el despertador.
Se dedicó a maldecir el mundo al pie de la cama diez minutos más y luego de una ducha, se vistió apresuradamente.
Aquélla mañana salió de casa, con dos ojeras por sonrisa, y el maletín bajo el brazo.
Una escoba por el culo hacía de él, Él.
Se dirigía a su ratonera, como tantos otros, a pelearse por trocitos de una mierda que estaba por todas partes.
Su vida se centraba en sobrevivir, más que en vivir.
Aún así Él se sentía único. Y sobretodo, importante.
A veces pensaba que ese iba a ser un día diferente, y que su vida podría cambiar.
Cogió el tren en el último segundo, y el olor de la esperanza fue sustituido por una mezcla de aromas: café, tabaco, sobacos, y perfume barato de putón verbenero.
Nunca imaginó otra vida que no fuera esa.
Trabajo-casa- trabajo en casa-más trabajo-casa y si sobraba tiempo, darle de comer a su escuálido gato, antaño hermoso animal con ligero sobrepeso.
Intentaba comprender como podía haber gente que fuera feliz.
Conocía a personas del mundo de afuera.
Hablaba con ellos por el chat algunas noches antes de acostarse.
Él era muy metódico. Su conclusión fue que vivían conforme a una regla:
50% trabajo - 50% ocio
Aunque no estaba seguro, también habían variantes en las que la palabra trabajo no aparecía en ningún porcentaje, y eso era algo para el señor Don Él que rozaba incluso los límites del matemático Principio de Incertidumbre o La relatividad Cuántica.
No entendía.
El tren llegó a su destino.
En cuanto entró a su despacho dejó de pensar, abrió su maletín y sacó su palita de recoger mierda.
Era uno más.
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